jueves, 18 de agosto de 2016

Cuatro personas habían en esa casa.
Cada una con una diferente faceta.

Cada una hacía algo distinto; una le reclamaba al espejo, le decía cosas sobre las personas y todos sus defectos.
La otra miraba por la ventana hablándole al viento, este se ondulaba a sus palabras sobre lo bonito que eran las cosas cuando querían.
La tercera miraba las flores de su alrededor, contándoles de su vida y de paso, aludiéndolas, les decía lo afortunadas que eran al no ser humanos.
La última, con los ojos cerrados, mencionaba anécdotas al pasto de cemento, cada situación que se le escapaba de su boca sólo las podía entender ella, las decía de tal forma que cualquiera pensaría que eran incoherencias.

Convivían casi sin notar la presencia de la otra, ya no se hablaban, era cosa del pasado, casi se habían olvidado de cómo hacerlo. 

Era tan complicado que esos cuatro seres estuvieran encerrados juntos, habían días en que el ambiente explotaría en cualquier momento, era mutilante, poderoso, menudas crisis que se pasaban en aquellas épocas... En cambio, habían otros en que la tranquilidad era la soberana, claro que, paralelamente, estos seres estaba sumergidos en su mundo, turnándose, entre ellas, quien salía a la luz.

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